Por Alberto Jiménez Schuhmacher (ARAID researcher. Head, Molecular Oncology Group en Instituto de Investigación Sanitaria Aragón en ARAID) | Heraldo de Aragón

“Me parece que ya todo mi futuro está descartado”.

Este es el mensaje más duro que he recibido nunca. Me lo escribió una amiga hace un par de años, cuando apenas ella había cumplido veintiún años. Con este wasap he llorado y me he enfadado muchas veces. Quería convencerla de que estaba equivocada. Yo estaba convencido. Con cada escáner, con cada prueba, he conseguido mantener la respiración y el optimismo pese a que han sido muchos golpes de aceptación. Tras un tiempo de calma volvía una recidiva o una metástasis. Los últimos meses me abrumaba al pensar que nos acercábamos a las últimas bazas terapéuticas. Me asustaba intuir que, pese a lo mucho que está avanzando la investigación, podía no ser suficiente.

Sé que se ha intentado todo lo posible. Ha contado con los mejores profesionales, porque aquí los tenemos. Sin embargo, las nuevas terapias experimentales no han representado un aumento en su esperanza de vida. No le han regalado más tiempo. Más tiempo para que puedan aparecer nuevas terapias. Ya no recibiré más mensajes suyos. Esta vez el cáncer se ha pasado, nos ha dado otra hostia de realidad en nuestros sueños de jóvenes científicos en el laboratorio.

Pese a que la ciencia no ha encontrado a tiempo una solución a su problema de salud, sigo pensando que vivimos una revolución en biomedicina. Sé que es tarde para ella y nada puede aliviar su pérdida, pero, para quienes le quisieron, deben estar convencidos de que su ejemplo nos ha marcado en el laboratorio para siempre.

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